jueves, mayo 01, 2008

Escaleras al cielo


Funicular lo llaman los santiaguinos. Nosotros hablamos de ascensor. Ellos están allí, encaramándose a los cerros, desde que era un niño. Quienes hemos vivido siempre en algún cerro de Valparaíso hemos tenido la suerte de tener uno cerca y experimentamos cada día la aventura de descolgarse desde la altura hacia el colegio o el trabajo. Bajamos entre el ruido de ruedas girando y de esas especie de canutos gigantes de hilo sobre los que resbalan las gruesas cuerdas de acero. Desde sus ventanillas vemos en todo su esplendor el Pacífico y los barcos que entran y salen. Más de alguna vez entablamos una inesperada conversación a bordo de esta caja metálica que desciende o sube. Cuando era lolo, eran las miradas malamente disimuladas hacia la muchacha que lee, sentada en la banca de madera. Muchos amores se fraguaron dentro de estas cajas de sorpresas.


Hoy, varios de estos prodigios o han desaparecido o están inmóviles, como estatuas, como una suerte de escenografía falsa. Es la "modernidad" que termina con todo lo que es nostalgia y romanticismo. Algunos de estos ascensores tuvieron la suerte de quedar grabados en alguna insignia o póster turístico, especie de testamento de una época que ya no es.


Ojalá que los ascensores que aún luchan por sobrevivir me acompañen hasta que deje este tránsito terrenal. Ellos me han hecho sentir la ciudad en un subir y bajar, conocer a sus gentes con olor a mar, soñar desde la altura viajando en alguna de las naves que se internan en el gran camino azul.


Cerca de aquí hay un ascensor que aún traslada su carga humana. Ahora mismo me voy a embarcar en su caja metálica para encontrarme, allá abajo, con mi entrañable amigo Claudio.