martes, enero 24, 2006

Esperanza se cayó del mapa


Lo que voy a decir es expresión de toda una población que se halla en el límite entre Valparaíso y Viña del Mar. En este lugar, en el que Recreo y Esperanza se dan la mano, viven personas que se sienten orgullosas de ser viñamarinos y porteños, respectivamente. Quizás si esta especie de "patriotismo" cerruno se deba a que se vive en una zona que, de uno u otro modo, hay que defender.
Lo más trágico del asunto es que, siendo el Cerro Esperanza parte del puerto, en la mayoría de los mapas turísticos no aparece. Algunos llegan hasta el Cerro Barón o, a lo sumo, Placeres.
Es como si Esperanza se hubiese caído del mapa. Sin embargo, esta omisión causa una seria tristeza en quienes, día a día, se declaran más porteños que muchos habitantes de otros cerros más centrales.
Y lo más paradójico es que la máxima autoridad porteña, el Alcalde, vive en el Cerro Esperanza.
A nombre de todos los esperancinos, exijo se les incluya en los futuros mapas o se cambiarán a Viña del Mar.

domingo, enero 01, 2006

El maestro Soto

Si te paras en la plaza Aníbal Pinto, allí donde la calle Esmeralda cambia su nombre a Condell, y miras por dónde acceder al cerro, verás que hay dos subidas que se bifurcan a lo alto. La de la derecha es Almirante Montt, subida muy importante para mí ya que en ella vivía mi abuelo Florindo. La de la izquierda se llama Cummings. Quien bifurcaba estas dos subidas era una pérgola en la que damas y novios compraban sus ramos de flores.
Pues bien, al inicio de Cummings se encontraba la peluquería del maestro Soto. Allí se cortaron el pelo mi abuelo, mi padre y tíos, y quien escribe estas líneas.
El maestro Soto era un señor moreno, peinado a la gomina, muy callado, lo que contrastaba con sus otros dos colegas, quienes departían constantemente con los clientes sobre temas políticos y deportivos.
En este local, tapizado por fotos de diversos tipos -algunas no tan santas- se respiraba la veneración a Wanderers, el decano del fútbol chileno. Allí se preparaba la asistencia al siguiente encuentro deportivo, con la correspondiente vianda alimenticia y líquida que haría más grata la estancia en el estadio.
En este lugar se podía apreciar las fotos de todos lo equipos wanderinos que tejieron la historia del club más antiguo de Chile. El maestro Soto, tan callado como siempre, se volvía locuaz a la hora de responder preguntas sobre jugadores o anécdotas acaecidas en la cancha. Seguramente, el maestro Soto ya partió a ese otro mundo en el que, más de alguien, se cortará el pelo con él.
He escrito estas breves líneas porque, al iniciarse este 2006, vino a mi memoria para que yo dé cuenta de este hombre que, como tantos, escribe la intrahistoria de nuestro querido Valparaíso.