domingo, diciembre 25, 2005

La Plaza de La Victoria

"La plaza de La Victoria, es un centro social..."
Qué porteño no ha paseado por esta plaza que se constituye en el centro de la ciudad. De niño pude corretear por sus senderos, observar con curiosidad los peces anaranjados de la pileta, escuchar al orfeón de carabineros en su concierto dominical, en fin, esperar a la abuela que saliera de la misa de 12, en la catedral.
En esta plaza pude divertirme, en mi pubertad, en los carnavales que, año a año, reunía a los lolos de la época. Una sinfonía de colores inundaba la vieja plaza tanto por las luces que adornaban cada árbol como por los disfraces que exhibían los habitantes que bajaban desde la infinidad de cerros del puerto.
Entre la challa, la música, los carros alegóricos, más de un incipiente amor nacía. ¡Era hermoso!
Toda la familia concurría a esta plaza y, mientras los jóvenes deambulaban buscando el primer amor, los adultos se acomodaban en los asientos de madera y fierro forjado a departir entusiastamente sobre temas que iban desde el Wanderers, el Portuario Audaz hasta los últimos acontecimientos sociales de la ciudad.
Los niños correteaban alegres alrededor de la plaza y sólo se detenían para saborear un algodón dulce o un rico helado comprado en el Quisisana.
Realmente la plaza de La Victoria es un centro social, desde entonces. Las viejas esculturas que pueblan cada rincón de la plaza dan cuenta de su historia y son mudos testigos de tantas generaciones que jugaron o amaron bajo los añosos árboles.

sábado, diciembre 24, 2005

Y llegó la Navidad


Todo este ajetreo con miras a la navidad me recuerda la Plaza Aníbal Pinto. Mi abuelo vivía en Almirante Montt, esa subida de adoquines relucientes que nos llevaba al Colegio Alemán. Me recuerdo encaramándome por esa subida y a mi abuelo esperándome, asomado a una ventana de guillotina, en un tercer piso, de una construcción al más puro estilo neoclásico francés.
La casa de los abuelos era el punto de encuentro de las familias de sus tres hijos varones. Era el momento en que nos juntábamos los primos para esperar con ansiedad la nochebuena y abrir los regalos que se apilaban en un alto árbol natural, con lucecitas en las que unos tubitos de colores rellenos de agua mostraban su gorgoreo lumínico.
Era un momento de honda emoción escuchar los nombres pronunciados por el abuelo, mientras extendía un paquete prolijamente envuelto con papeles multicolores.
Hoy ya no quedan adoquines, ni existen, casi, las ventanas de guillotina. Tampoco está ya el abuelo que era quien lograba el mágico prodigio de reunirnos a todos en un ambiente de paz y amor.
Seguramente, en alguno de los tantos cerros porteños, aún habrá un abuelo que, llegada la época navideña, acoja a sus nietos y les dé la satisfacción de vivir, por una noche, la magia de la navidad.

sábado, diciembre 17, 2005

Sones marinos


Es abril y ya se escucha el redoble de tambores y pitos. Empieza la preparación para celebrar un año más de la gesta heroica de Prat. En el bandejón central de la Avenida Argentina, en el Parque Alejo Barrios o a orilla del mar, frente a la Escuela Industrial, jóvenes marchantes hacen sonar sus instrumentos con inusitada fuerza.
En Valparaíso aún se mantiene una tradición que bastante llama la atención del forastero. Cada Colegio o Liceo se prepara para la parada en que estos homenajearán a quienes ofrendaron sus vidas en la rada de Iquique, un 21 de mayo de 1879. Cada establecimiento que se precia tiene banda de guerra, premunida, a lo menos, de cajas o tambores, pitos y clarines. La mejor de todas, indudablemente, la del Colegio Salesiano que incluye una banda instrumental. Todos se esmeran por ser los mejores: tanto jóvenes como profesores instructores.
Los transeúntes observan giros, paso regular, conversiones a derecha e izquierda, posiciones firme y a discreción. Toda la jerga militar inunda el aire otoñal. Los muchachos asumen una postura seria, especialmente porque las niñas de algún Colegio les observan desde lejos. Son largos ensayos que, no obstante, motivan a cada uno de los componentes de la banda. Motivación que crece conforme la fecha del desfile se acerca.
El día previo al día fijado por la comandancia de la 1a. zona Naval, cada uno de los jóvenes se dedica a acicalar sus vestimentas e instrumentos. Con un paño y Brasso, diligentemente sacan relucientes brillos a cajas, pitos, hebillas y astas de estandartes. Todo se prepara con mucho cuidado para el siguiente día.
El día del desfile muestra, a primera hora, un Colegio nervioso y expectante. Los minutos pasan con lentitud hasta que se da la orden de formar. Allí, en el patio, alineados en posición firmes, oyen la arenga del Director antes de la partida. Sus familiares les observan orgullosos.
Se escucha la voz del Brigadier Mayor dando inicio al desfile que les llevará por las calles de Valparaíso, hasta llegar a un par de cuadras del hermoso monumento a los Héroes de Iquique. Poco a poco irán llegando Colegios y Liceos provenientes de los cuatro puntos cardinales del viejo puerto. Esperarán pacientemente a que se dé la orden de "marquen el paso, marrr". Entonces se inicia el gran día en que el Colegio mostrará a los porteños su gallardía y disciplina. Serán aplaudidos con entusiasmo, avivando aún más la llama de la tradición.
Una vez que se ha cumplido con la misión de mostrar a Prat que la gesta de él y sus hombres aún vive en el corazón de los porteños, los jóvenes iniciarán el regreso a sus respectivos establecimientos educacionales, haciendo alarde de que ese día crecieron un poquito más.
Regresarán al Colegio entre vítores y serán recibidos como soldados victoriosos después de la batalla. Desfilarán una vez más en el patio para satisfacer a ese público que les ha esperado pacientemente. Se guardará el estandarte hasta el siguiente año, cuando al inicio de abril se escuchen una vez más esos sones marinos y nos demos cuenta que Prat y sus hombres esperan su merecido homenaje, allá, en la Plaza Sotomayor.

sábado, diciembre 03, 2005

Política y políticos

Por estos días, la política y los políticos salen a las calles de Valparaíso. Abandonan el claustro congresal y se acuerdan que el estar allí depende de toda esa gente que transita por las callejuelas porteñas, con o sin trabajo, con o sin esperanzas.
Por estos días, todo espacio libre deja de serlo para ser invadido por carteles en los que se ve caras siempre sonrientes, acogedoras y seductoras. Hasta los tachos para la basura son escondidos por estos carteles. Todo es un arcoiris de colores entintados que proclaman las virtudes de cada candidato.
Sin embargo, los porteños pasan con curiosa indiferencia ante este estallido de promesas. No. No están para castillos en el aire. La cesantía duele mucho a Valparaíso y todos estos años post dictadura no han sido suficientes para atenuar este dolor. En otras palabras, los políticos han fracasado en la solución de un problema que tiende a hacerse crónico en el puerto.
La Política y los políticos están en deuda. Hace falta menos parafernalia y más acción. Ojalá haya candidatos que así lo entiendan... y no lo olviden.

viernes, octubre 21, 2005

Soy de Pancho, gancho


Varias veces me ha correspondido llevar a un recorrido por los cerros a uno que otro amigo de otros países e indefectiblemente han quedado prendados de este puerto. Qué tiene Valparaíso que encanta a los extranjeros. Valparaíso posee un perfil propio, original. En esta ciudad no hay maquillajes, es tal como es. Todavía relucen adoquines en las estrechas callecitas de los cerros. No es raro encontrarse con alguien tirando de un burro cargado de sacos. Los balcones muestran coloridas prendas ondeando al viento. En fin, son expresiones de esta cara propia que cautiva al visitante.
En el cerro Barón se halla la explicación del mote Pancho colocado por los marineros a esta ciudad: es la Iglesia de San Francisco y, más específicamente, su campanil que era visto por los marinos desde lontananza. Es un templo de ladrillos que muestra el inexorable paso del tiempo y la indiferencia de las autoridades para restaurarlo.
No obstante la infitud de recovecos cerrunos, resulta imposible perderse en esta ciudad ya que el graznar gaviotil y el mar que se ve desde cualquier parte se constituyen en los puntos orientadores para el caminante.
Valparaíso acoge al forastero como un marino más que ha echado ancla en su bahía.

jueves, septiembre 29, 2005

Pequeños santuarios camineros

A lo largo de nuestra larga geografía, cuando viajamos a través de las distintas carreteras que comunican a ciudades y poblados, notamos unas minúsculas construcciones, a la vera del camino, que rememoran a algún difunto, quien pasó a mejor vida producto de algún accidente de tránsito. La arquitectura de estas construcciones da cuenta del origen socioeconómico del extinto ya que existen desde la simple casucha de zinc hasta el enano mausoleo en mármol. Pero lo más llamativo de esto es que no falta la velita encendida por algún pariente o amigo que desea mantener viva la memoria de su difunto ante los automovilistas que corren por la amplia arteria.
En esta veneración popular, se cumple el que todo muerto es bueno ya que no importa si el difunto fue víctima o causó el accidente, si sufrió un síncope cardiaco mientras manejaba o si conducía en avanzado estado de ebriedad. Simplemente es una suerte de veneración hacia la temida muerte que no se sabe cuándo nos visitará.
El progreso no ha podido erradicar esta centenaria costumbre. Incluso, no hace mucho se dio una seria controversia debido a que, para ampliar una moderna vía, era necesario "expropiar" la singular construcción. Finalmente, hubo de transarse en "reconstruir" la animita -que así la llaman- cinco metros más allá.
Interesante sería hacer un censo de animitas en Chile y, quizás, hacer una correlación con las cifras de muertos en accidentes de tránsito. Casi me atrevo a asegurar que la diferencia sería mínima.
Desde aquí, un sentido homenaje a aquellas ánimas que tienen su cenotafio a la vera del camino. Amén.

viernes, septiembre 23, 2005

Perros aperrados


En Valparaíso reinan estos fieles animales. En las últimas décadas, la población de canes ha aumentado en cifras significativas. Deambulan por las calles del centro y, especialmente, encaramados en los cerros de la ciudad. Son perros de todos, se "aguachan" con el homo sapiens u homo faber que se les cruza en el camino: se acercan meneando la cola, en señal de amistad y docilidad, y, no se explica uno cómo, dan a entender que, si les das comida, te serviran para siempre. Con este sistema, muchos han encontrado un hogar y se acaban, entonces, los vagabundeos diarios. Me acuerdo ahora que en el terminal de buses del puerto hay un perro negrito y pequeño, casi faldero, que se avecindó en el lugar y que es amigo de todos quienes trabajan allí, incluso, de los viajantes cotidianos. Un par de días atrás, tipo 6 A.M., me recibió con su meneo de cola y con un vistoso polar que le protegía de la gélida mañana. Seguramente, alguien del lugar quiso pagar, en parte, el afecto perruno de cada jornada.
Así, estos peludos amigos, siembran en todos los intersticios de la loca geografía porteña su afecto incondicional hacia el hombre. Esto explicaría, entonces, por qué todo intento de "reducir" la población canina, fracasa inexorablemente.

martes, septiembre 20, 2005

Zapatito huacho

¿Has viajado en un micro porteño? Lo que más te llamará la atención es la cantidad enorme de adornos y chucherías que cuelgan desde los resquicios menos imaginables del vehículo. El chófer y su entorno íntimo, donde el mal gusto reina en gloria y majestad.
Entre la maraña de estos adornos, siempre llama mi atención el infaltable zapatito de guagua, izquierdo o derecho -no ambos-, que se expone ante las narices de los pasajeros que suben al bus. Zapatito que esconde una breve historia, desconocida para los pasajeros y, por qué no, del mismísmo chófer.
Esta insólita costumbre no tiene objetivo claro. ¿Se pretende encontrar al dueño del zapatito? Ésta que sería la idea más lógica, deriva en una ilogicidad increíble ya que la probabilidad que suba nuevamente al bus la mamá o abuela del nene parece, a lo menos, difícil. Además, hay que considerar que no hay nada más pasajero o efímero que un zapatito de guagua: crecen tan rápido los nenes...
Pero ahí está el zapatito huacho, meciéndose ante nuestra mirada, lanzándonos su interrogante cotidiana, cada vez que subimos al micro.

domingo, septiembre 18, 2005

Constructor de Fe

Creo que el padre Alberto Hurtado se constituirá en la excepción a la regla en cuanto a santidad en el mes de octubre. En Chile, se da una fauna de católicos de variadas líneas, desde aquellos que se autoproclaman detentores de la verdad y el dogma hasta quienes viven el día a día haciendo carne las enseñanzas de Cristo, silenciosamente y sin aspavientos. Lo malo del asunto es que los primeros son quienes marcan la gruesa línea de la Iglesia chilena.
Sé que lo que digo puede sacar alguna roncha. Pero, lamentablemente, este problema se conoce y comenta; pero no se enfrenta.
Alberto Hurtado fue un hombre de Dios que dio vida en nuestra urbe a las enseñanzas de Cristo. Él encaminó su apostolado entre los más pobres y desvalidos. Les acompañó en sus sufrimientos, en sus enfermedades y se alineó junto a ellos para enfrentar las injusticias de los más ricos del país. Nadie mejor que él para ejemplificar la Iglesia que los católicos deseamos. No la de sacerdotes de colleras, presentes en eventos sociales que se publican en revistas como Cosas o Caras, no la de laicos intolerantes e inquisitoriales. No. El padre Hurtado nos enseña que vivir la fe es vivirla junto al que sufre, al que nada tiene. Es ser auténtico en expresar las virtudes que la Iglesia proclama, constituyéndose en ejemplo viviente para los jóvenes.
Esa Iglesia de corte aristocrático, léase Opus Dei o Legionarios de Cristo, es el reverso de la medalla de lo que Alberto Hurtado nos enseña. Él no segrega ni impone ni condena. Él actúa en el amor. Nos acoge con afecto y nos guía con su humilde ejemplo. Sólo eso basta para construir Fe entre quienes no la tienen o aún no se les revela.
Ojalá que la santidad del Padre Alberto Hurtado, de alguna manera, neutralice la nefasta influencia de esa otra Iglesia, minoritaria, que tanto mal le ha hecho a la fe en Chile.

sábado, septiembre 17, 2005

Basuritas

Valparaíso es puerto y, como puerto, es sucio. Pero San Antonio es peor. Voy a atravesar en una esquina y un aseador municipal, al no poder pinchar una basurita, la chutea a la acera. Una basurita más que pasa a formar parte de esas aves inesperadas que vuelan cuando el viento sur visita la ciudad. ¿Han visto la challa de basuritas en la Avenida Argentina de Valparaíso, luego de la feria? Las basuritas viajan en todas direcciones, invadiendo todos los rincones de la urbe, ingresando, sin permiso, por cualquier ventana abierta.

Recuerdo que, luego de haber viajado por Francia, luego de la Costa Azul, ingresé por tren a Barcelona y era como si entrara en Valparaíso: cualquier basura. ¿Por qué tiene que ser así?

Valparaíso tiene encantos evidentes, propios y únicos; muy diferente a Viña del Mar: ciudad que he visto repetida en varias partes del orbe. Sin embargo, sus basuritas le hacen ingresar al grupo de los puertos y pasa a ser, entonces, una belleza vulgar.