jueves, septiembre 29, 2005

Pequeños santuarios camineros

A lo largo de nuestra larga geografía, cuando viajamos a través de las distintas carreteras que comunican a ciudades y poblados, notamos unas minúsculas construcciones, a la vera del camino, que rememoran a algún difunto, quien pasó a mejor vida producto de algún accidente de tránsito. La arquitectura de estas construcciones da cuenta del origen socioeconómico del extinto ya que existen desde la simple casucha de zinc hasta el enano mausoleo en mármol. Pero lo más llamativo de esto es que no falta la velita encendida por algún pariente o amigo que desea mantener viva la memoria de su difunto ante los automovilistas que corren por la amplia arteria.
En esta veneración popular, se cumple el que todo muerto es bueno ya que no importa si el difunto fue víctima o causó el accidente, si sufrió un síncope cardiaco mientras manejaba o si conducía en avanzado estado de ebriedad. Simplemente es una suerte de veneración hacia la temida muerte que no se sabe cuándo nos visitará.
El progreso no ha podido erradicar esta centenaria costumbre. Incluso, no hace mucho se dio una seria controversia debido a que, para ampliar una moderna vía, era necesario "expropiar" la singular construcción. Finalmente, hubo de transarse en "reconstruir" la animita -que así la llaman- cinco metros más allá.
Interesante sería hacer un censo de animitas en Chile y, quizás, hacer una correlación con las cifras de muertos en accidentes de tránsito. Casi me atrevo a asegurar que la diferencia sería mínima.
Desde aquí, un sentido homenaje a aquellas ánimas que tienen su cenotafio a la vera del camino. Amén.

viernes, septiembre 23, 2005

Perros aperrados


En Valparaíso reinan estos fieles animales. En las últimas décadas, la población de canes ha aumentado en cifras significativas. Deambulan por las calles del centro y, especialmente, encaramados en los cerros de la ciudad. Son perros de todos, se "aguachan" con el homo sapiens u homo faber que se les cruza en el camino: se acercan meneando la cola, en señal de amistad y docilidad, y, no se explica uno cómo, dan a entender que, si les das comida, te serviran para siempre. Con este sistema, muchos han encontrado un hogar y se acaban, entonces, los vagabundeos diarios. Me acuerdo ahora que en el terminal de buses del puerto hay un perro negrito y pequeño, casi faldero, que se avecindó en el lugar y que es amigo de todos quienes trabajan allí, incluso, de los viajantes cotidianos. Un par de días atrás, tipo 6 A.M., me recibió con su meneo de cola y con un vistoso polar que le protegía de la gélida mañana. Seguramente, alguien del lugar quiso pagar, en parte, el afecto perruno de cada jornada.
Así, estos peludos amigos, siembran en todos los intersticios de la loca geografía porteña su afecto incondicional hacia el hombre. Esto explicaría, entonces, por qué todo intento de "reducir" la población canina, fracasa inexorablemente.

martes, septiembre 20, 2005

Zapatito huacho

¿Has viajado en un micro porteño? Lo que más te llamará la atención es la cantidad enorme de adornos y chucherías que cuelgan desde los resquicios menos imaginables del vehículo. El chófer y su entorno íntimo, donde el mal gusto reina en gloria y majestad.
Entre la maraña de estos adornos, siempre llama mi atención el infaltable zapatito de guagua, izquierdo o derecho -no ambos-, que se expone ante las narices de los pasajeros que suben al bus. Zapatito que esconde una breve historia, desconocida para los pasajeros y, por qué no, del mismísmo chófer.
Esta insólita costumbre no tiene objetivo claro. ¿Se pretende encontrar al dueño del zapatito? Ésta que sería la idea más lógica, deriva en una ilogicidad increíble ya que la probabilidad que suba nuevamente al bus la mamá o abuela del nene parece, a lo menos, difícil. Además, hay que considerar que no hay nada más pasajero o efímero que un zapatito de guagua: crecen tan rápido los nenes...
Pero ahí está el zapatito huacho, meciéndose ante nuestra mirada, lanzándonos su interrogante cotidiana, cada vez que subimos al micro.

domingo, septiembre 18, 2005

Constructor de Fe

Creo que el padre Alberto Hurtado se constituirá en la excepción a la regla en cuanto a santidad en el mes de octubre. En Chile, se da una fauna de católicos de variadas líneas, desde aquellos que se autoproclaman detentores de la verdad y el dogma hasta quienes viven el día a día haciendo carne las enseñanzas de Cristo, silenciosamente y sin aspavientos. Lo malo del asunto es que los primeros son quienes marcan la gruesa línea de la Iglesia chilena.
Sé que lo que digo puede sacar alguna roncha. Pero, lamentablemente, este problema se conoce y comenta; pero no se enfrenta.
Alberto Hurtado fue un hombre de Dios que dio vida en nuestra urbe a las enseñanzas de Cristo. Él encaminó su apostolado entre los más pobres y desvalidos. Les acompañó en sus sufrimientos, en sus enfermedades y se alineó junto a ellos para enfrentar las injusticias de los más ricos del país. Nadie mejor que él para ejemplificar la Iglesia que los católicos deseamos. No la de sacerdotes de colleras, presentes en eventos sociales que se publican en revistas como Cosas o Caras, no la de laicos intolerantes e inquisitoriales. No. El padre Hurtado nos enseña que vivir la fe es vivirla junto al que sufre, al que nada tiene. Es ser auténtico en expresar las virtudes que la Iglesia proclama, constituyéndose en ejemplo viviente para los jóvenes.
Esa Iglesia de corte aristocrático, léase Opus Dei o Legionarios de Cristo, es el reverso de la medalla de lo que Alberto Hurtado nos enseña. Él no segrega ni impone ni condena. Él actúa en el amor. Nos acoge con afecto y nos guía con su humilde ejemplo. Sólo eso basta para construir Fe entre quienes no la tienen o aún no se les revela.
Ojalá que la santidad del Padre Alberto Hurtado, de alguna manera, neutralice la nefasta influencia de esa otra Iglesia, minoritaria, que tanto mal le ha hecho a la fe en Chile.

sábado, septiembre 17, 2005

Basuritas

Valparaíso es puerto y, como puerto, es sucio. Pero San Antonio es peor. Voy a atravesar en una esquina y un aseador municipal, al no poder pinchar una basurita, la chutea a la acera. Una basurita más que pasa a formar parte de esas aves inesperadas que vuelan cuando el viento sur visita la ciudad. ¿Han visto la challa de basuritas en la Avenida Argentina de Valparaíso, luego de la feria? Las basuritas viajan en todas direcciones, invadiendo todos los rincones de la urbe, ingresando, sin permiso, por cualquier ventana abierta.

Recuerdo que, luego de haber viajado por Francia, luego de la Costa Azul, ingresé por tren a Barcelona y era como si entrara en Valparaíso: cualquier basura. ¿Por qué tiene que ser así?

Valparaíso tiene encantos evidentes, propios y únicos; muy diferente a Viña del Mar: ciudad que he visto repetida en varias partes del orbe. Sin embargo, sus basuritas le hacen ingresar al grupo de los puertos y pasa a ser, entonces, una belleza vulgar.