miércoles, marzo 03, 2010

Una visita bulliciosa


Eran las 3:34 AM y se nos vino el crugir de amarras, paredes que se inclinan en la oscuridad, el aullar de perros asustados, el miedo saliendo por los poros. Y no es la primera vez que el viejo puerto recibe esta siniestra visita bulliciosa que con su guadaña se nos lleva a tantos coterráneos, sorprendidos en el sueño.

El anfiteatro se sacude el polvo aumulado en 25 años; pero esta vez, en la oscuridad de la noche, no lo vimos. Y ahí estábamos una vez más. Apenas embutidos en el dintel de la puerta del dormitorio, esperando que tan imprevista pesadilla acabara. El tiempo se hace interminable y surge la noción de que somos polvo y que al polvo volveremos.

Dios se nos hace presente en ese corazón que late apresuradamente, nervioso, asustado. Entonces, nos percatamos que, en verdad, no somos nada, que la naturaleza lo es todo, que ella es ahora la reina entre la penumbra nocturna. La luna observa, fría, el dantesco espectáculo.

Viene la oscuridad; sólo la luna sigue observándonos, impávida, como si eso no fuera asunto de su incumbencia. Pequeños movimientos nos recuerdan que esto no termina aquí, que estamos sometidos por la fuerza de lo que acontece sin que tengamos control alguno. Pasamos a tercer plano, a cuarto plano; ya no somos nosotros los protagonistas. Somos una suerte de muñecos de trapos, sacudidos por fuerzas conocidas y, sin embargo, siempre nuevas y misteriosas.

Valparaíso se queda sin luces, sólo la luna se asoma imponente. Por vez primera, luego de tanto tiempo, vemos las estrellas en toda su belleza. El mar nos devuelve el rostro níveo de la luna, repetido en infinitos espejos inquietos. Entre tanto miedo, Valparaíso, una vez más, nos muestra su mágica belleza. Entonces, la serenidad comienza a entrar por la ventana y un aroma salobre nos anuncia que hay que reponerse, que hay que levantarse, que el puerto nos espera para que le remocemos su rostro marino y sigamos navegando en su historia, hasta que nuevamente nos visite el bullicioso de la guadaña.

viernes, enero 01, 2010

Año nuevo en el mar


Valparaíso ha recibido un nuevo año. La noche se ha pintado de colores y reflejos dorados y de plata. La noche retumba con las bombas y petardos y las risas y gritos de alegría se entremezclan con los ladridos de los perros asustados.

En el puerto, el año nuevo se prepara con cierta antelación. Especialmente son las dueñas de casa las que se afanan en preparar una cena que deje felices a todos. En Chile, la mesa es el imán que atrae a amigos y enemigos, lugar en que las reconciliaciones pueden prosperar y las amistades se consolidan a fuego. Se ha ahorrado lo suficiente y más el aguinaldo, permite darse ciertos lujo en la mesa una vez en el año.

Chicos y grandes, burlando la normativa, se las ingenian para comprar cuetes y viejas, para ponerle sonido a la noche. Las luces del árbol de pascua se lucen a través de las ventanas. En la calle todo es jolgorio y amistad. Por lo menos una vez en el año, todos son amigos y las bromas son el pasaporte para una noche de paz y alegría.

La topografía porteña es un verdadero anfiteatro en el que el escenario es el mar. Por eso, todo el arsenal de fuegos de artificio se instala en balsas, ubicadas estratégicamente a lo largo del litoral. Primero, los abrazos y, luego, las sirenas de los barcos son el preámbulo del estampido de luces y sonidos que explosan entre risas y admiraciones.

Luego de veinte minutos, sólo quedan los aplausos y los mejores deseos para un año que ya se inicia.

Nuevamente se vuelve a la intimidad de la casa, a los suyos, al día a día. Un año se nos fue.