Años que el pequeño perro recorría, durante toda la jornada escolar, los tres patios del establecimiento. Siempre junto a los más pequeños, recibía de ellos no sólo sus caricias, sino también uno que otro pedacito de sus meriendas. Cuando los niños entraban a clases, se quedaba echadito junto a la puerta, esperando el nuevo recreo o la hora de salida. De pelo rubio, muy pequeño, de cortas patitas y unas orejitas que se doblaban en las puntas. Firulay tenía un andar gracioso y se había ganado el cariño de todos. Cada mañana, entraba por la puerta del Colegio como un alumno más. Pero lo más extraordinario es que cuando los niños se iban de vacaciones, él también se iba y no le veíamos hasta el inicio de un nuevo año escolar. ¿Dónde iba durante esos meses? Es parte del misterio de Firulay.
Este año, le esperamos a la entrada como todos los años..., pero no volvió. Quién sabe qué pasó con él. Quizás estaba muy viejo ya y prefirió morirse durante las vacaciones para no apenar a los niños.
Firulay, siempre te tendremos en el recuerdo de nuestros corazones.