lunes, junio 20, 2011

Temporal en Valparaíso

La llanura azul va cambiando poco a poco su color por otro grisáceo. Se ve una que otra gaviota flotando en el cielo, estática por efecto del viento que ya levanta espumas, que semejan pequeños corderos sobre la superficie acuosa. Un viento silba por entre las rendijas hogareñas. Se viene el temporal.

En Valparaíso, el temporal es parte del paisaje en invierno. Muchos de ellos han terminado con naves encalladas, techos volando desde los cerros, deslizamientos de lodo y piedras que corren raudas hacia el estrecho plan. Las alcantarillas, que siempre son sorprendidas por el aguacero, dan vida a anchas y profundas lagunas y los vehículos semejan navíos lidiando por alcanzar tierra firme.

El viento arrecia fuerte. Infla los vidrios de las casas y en más de una algunos revientan y lanzan su mensaje de cristales. Enemigo de los paraguas, los pone de revés y los hace inútiles, incapaces de cumplir su función estatuida.

El paseo costero atrae a los jóvenes que juegan, risueños, con las bravuconadas marinas. Se les ve empapados, pero felices de poder esquivar los zarpazos del mar.

Es tarde de ceremonias de interiores. De sopaipillas y vino navegado. De burlar a la lluvia y al viento que pugnan por entrar para ser parte de la tertulia.

Temporal en Valparaíso. Los barcos y buques han salido a jugar con el mar en un sube y baja incesante. Las altas olas semejan una serie de toboganes sobre los que se deslizan las embarcaciones. A veces, a lo lejos, se escucha el lastimero ulular de alguna nave que da cuenta de su presencia tras la cortina acuosa que impide verla. Todo es tráfago de olas y lluvia. La naturaleza se enseñorea a sus anchas, hasta que salga el sol y el mar pase a ser un páramo marino.