sábado, diciembre 24, 2005

Y llegó la Navidad


Todo este ajetreo con miras a la navidad me recuerda la Plaza Aníbal Pinto. Mi abuelo vivía en Almirante Montt, esa subida de adoquines relucientes que nos llevaba al Colegio Alemán. Me recuerdo encaramándome por esa subida y a mi abuelo esperándome, asomado a una ventana de guillotina, en un tercer piso, de una construcción al más puro estilo neoclásico francés.
La casa de los abuelos era el punto de encuentro de las familias de sus tres hijos varones. Era el momento en que nos juntábamos los primos para esperar con ansiedad la nochebuena y abrir los regalos que se apilaban en un alto árbol natural, con lucecitas en las que unos tubitos de colores rellenos de agua mostraban su gorgoreo lumínico.
Era un momento de honda emoción escuchar los nombres pronunciados por el abuelo, mientras extendía un paquete prolijamente envuelto con papeles multicolores.
Hoy ya no quedan adoquines, ni existen, casi, las ventanas de guillotina. Tampoco está ya el abuelo que era quien lograba el mágico prodigio de reunirnos a todos en un ambiente de paz y amor.
Seguramente, en alguno de los tantos cerros porteños, aún habrá un abuelo que, llegada la época navideña, acoja a sus nietos y les dé la satisfacción de vivir, por una noche, la magia de la navidad.

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